Hablando con una amiga sobre el sentimiento
nacionalista catalán, me decía que, aún sintiéndose catalana y estando a
favor de la independencia, esto le parecía un circo, una cortina de humo
montada para desviar la atención del verdadero problema: la crisis económica y
la corrupción. Y esto es lo que parece: un circo montado para desviar el foco
de atención de una crisis de valores y de sistema que podría acabar con el
poder hegemónico de CIU en menos que canta un gallo. Parece que Más hubiera
aprovechado la oportunidad que el descontento social le ha dado. Ha creado
agitación y ha conseguido darle la vuelta a la tortilla de tal modo que parece
que nadie en Cataluña se haya escandalizado con el caso Pujol, un señor que
durante treinta años ha estado robando sistemáticamente a los catalanes. Y en
vez de pedirle cuentas, señalan con el dedo a Madrid y dicen que quieren la
independencia para que España deje de robarles.
¡Ay almas de cántaro! ¿Que aún no se han
dado cuenta de que de los Pirineos hacia abajo todos están cortados por el
mismo patrón y da igual en qué idioma hablen, qué coman o qué beban, que en
cuanto ven un duro, roban seis pesetas?
En España hay dos grandes males endémicos:
la corrupción y la ignorancia. Está en la idiosincrasia de los pueblos de este
lado de los Pirineos. No hay más que hacer un poco de historia de la literatura
para ver que, desde la Edad Media, el pícaro ha formado parte de una sociedad
entre ignorante y adormecida –sí, me atrevo a decirlo, estancada en vendettas y
rencillas de honor, de capas y duelos, donde siempre ha de haber un deshonrado
que se autovictimiza y un listillo que se aprovecha de la situación.
España y sus pueblos, naciones o como
quieran ustedes llamarlos, se han quedado en un limbo emocional y parecemos
incapaces de salir de este círculo vicioso que, tras la guerra civil, se ha
disparado sin control.
Con tanta necesidad de venganza, de
separarnos de unos y de otros, de hacer distinciones entre bandos políticos, se
nos ha olvidado que el poder del Estado emana del Pueblo. Habrá quien, con esto, esté
descubriendo la cocacola. Y éste es el peor de los olvidos porque gracias a
esta amnesia temporal –que dura ya unos años, los políticos en España se han
acostumbrado a hacer lo que les da la gana sin tener que rendir cuentas a
nadie.
Nos está robando hasta Perry.
Cualquiera con un poco de picardía y sin ningún escrúpulo, se llenará los
bolsillos de dinero público sin vergüenza ni decoro. Y lo que es peor: sin
remordimiento, ni indicios de arrepentimiento y, por supuesto, sin intención de
reinserción social. Porque, señores, estos que nos roban, sean del PP, del
PSOE, de los sindicatos –que esos tienen más delito que los otros, porque su
posición les suponía cierta moralidad y práctica ética, los Borbones, los banqueros
y los constructores, señores, son delicuentes. Son pícaros que se
han aprovechado de un poder que el Pueblo les ha dado, de una confianza que se
han ganado a través de mentiras, de remover las heridas de un pasado más o menos
cercano –ochenta años hace de la guerra civil, y cuarenta de la dictadura, ahí
lo dejo, de culpar a los otros del desastre económico o simplemente de mirar a
otro lado a sabiendas de lo que el uno o el otro estaban haciendo.
A mí no me cuenten historias de la guerra,
ni me hablen de crisis heredadas, ni de derechos históricos, ni fueros, ni
gaitas. A mí, como ciudadana española, me deben respuestas, primero, dónde está
el dinero público, y segundo, cómo y por qué se ha permitido esto. Y quiero que la
Justicia trate a todos por igual, que paguen sus delitos como todo hijo de
vecino y que condene a aquellos a los que encuentre culpable, sean del color que sean. Quiero que la maquinaria del Estado funcione como un reloj suizo y limpie sus engranajes de corruptos y sinvergüenzas. Quiero, en definitiva, que, de una vez por todas, sea visible que el poder del Estado
emana del Pueblo y no del Capital.
Quiero que dejemos de ser ese pueblo
corrupto, nepotista, barroco y pícaro de los Pirineos para abajo.
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