Friday, 26 December 2014

La maldición del emigrante

En el subconsciente español, la idea del inmigrante como personaje ultrajado y desterrado, y obligado a purgar sus pecados con fatigas y trabajos, portando con orgullo y resignación el estandarte de la bandera española, no nos viene de las películas de Alfredo Landa ni de la canción de inmigrante de Juanito Valderrama. Ya El Cid iba ganando tierras y matando moros en nombre de un rey que lo había desterrado sin el menor de los remordimientos.

Pero ya saben que en España, eso de las ofensas de honor y sus obligadas venganzas interminables han dado mucho juego en la literatura... Y en la realidad política actual.

Como les decía, la figura del emigrante es intrínseca a nuestra cultura. Y ahora, con esta recesión histórica parece que no tiene fin, es cada vez más común tener familia y amigos en el extranjero. Y,¿quieren saber cómo vivimos las navidades fuera de casa? Pues mire usted, señor Rajoy, muy bien. Que no se vayan a creer sus señorías que porque no tenemos turrón del Mercadona ni el mensaje del Rey vamos a pasar faltas. Pues miren ustedes, no.

Cuando  estás en el extranjero, los amigos se convierten de manera automática en tu familia.  Y esto es lo mejor de todo porque la mayoría de las veces, tú los eliges por lo que casi siempre sales ganando.

Desde que estoy fuera de España, no he pasado ni una Navidad sola, a no ser que yo lo decidiera así. Siempre hay gente que organiza fiestas y, ¡ay de ti como faltes! Te arrastran de los pelos al grito de "pero te crees tú que vas a pasar las navidades ahí solo en casa". Y las cenas... Si es que somos españoles y eso se nota porque dice mi amiga Nani: "pa mí que he hecho un poco de más"... Un poco de más, dice, y acabamos comiendo sobras tres días. Las Nochebuenas en el extranjero tienen un halo de santidad que es imposible sentir de otra manera. Y no me refiero al sentido religioso, que ése se perdió hace ya algún tiempo. Y ya decía la Piquer en su canción. Y doña Concha, que no era una exiliada forzosa, reflejaba en Suspiros de España un dolor causado por cierto desarraigo físico y emocional.

Porque esa es la maldición de emigrante. Cuando uno pasa varios años en el extranjero, comienza a desarrollar una conciencia de desarraigo que le hace a veces dudar de su procedencia. Y cuando llega de nuevo a España, no sabe si viene o va, y se siente como un guiri más. Tanto es así, que cuando tengo que coger un taxi les digo "míreme bien, que soy española, así que, ni me time ni me chine". Es que a servidora cuando va a España le dicen que está descoloría, que es verdad, pero el fake tan no me termina de convencer -me parece demasiado vulgar y chabacano.

Pero toda moneda -aunque sea de palo, tiene su cara y cruz. Porque uno se siente entre dos tierras, pero se abren oportunidades únicas, y conoce a gente maravillosa que, de otro modo, sería imposible. Uno aprende cosas nuevas casi todos los días y se desarrolla una capacidad de adaptación camaleónica. Y sobre todo, se disfruta de cada momento con los amigos y cada instante, cada risa, es un nuevo mundo dentro de la rutina.

Ya no somos pobres emigrantes ni llegamos a tierras extrañas. Y la mayoría no porta estandartes con la bandera de España que, estos días, provoca rubor más que orgullo. Pero nos seguimos reuniendo al rededor de una mesa con productos españoles, y no faltan las canciones populares y los chascarrillos -o chajcarrillos, que diría mi amigo Ójcar. No somos Cides conquistando tierras para el rey, y no compramos vino en la farmacia con recetas de estraperlo.

Tal vez nuestras vidas no sean dignas de coplas, pero tal vez Sabina reconozca en nosotros la heroicidad del español emigrante en estos tiempos inciertos donde lo único cierto es la necesidad de ganarse el pan. Y en el meantime, pasar un buen rato con un café y conversaciones perezosas sobre el tiempo y el amor.  

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